Pero quedaba el viernes, y ese  fue su día de gloria, porque, en Palma y rodeado de sus ministros -¿alguien dijo  austeridad?-, ZP se lució ante los periodistas durante más de una hora, elegante  y pintón, actor consumado que tan pronto junta las yemas de los dedos, los  pulgares apuntando al esternón, como abre los brazos tal que los toreros se  abren de capa para recibir la pregunta tonta que me permitirá arrearle otra  serie de mamporros a los de CEOE, todo a base de lugares comunes, expresiones  triviales propias del vecino del tercero izquierda, que ahí está su encanto, un  hombre del común, porque en él no importa lo que dice, sino cómo lo dice, con  qué natural simpatía, derramando lisura  y a su paso dejando aromas de mistura  que en su pecho llevaba, y el presidente se gusta, se le ve feliz, se crece  tanto que resulta fatuo, engreído, necio. Zapatero en el mejor de los mundos  posibles: del brazo con los sindicatos y contra los empresarios, ya  está, el Frente Popular versión 2009, aunque lo realmente suyo es el  peronismo à la page, vieja demagogia  populista con la televisión en directo: palo a los empresarios y más subsidios  para los obreros en paro. ¿Cabe imaginar escenario más idílico para un radical  de izquierdas como él?
Hablamos de un hombre que  tiene un conocimiento muy superficial de los temas, que no mira un informe, no  lee un papel -entre otras cosas porque se pasa el día colgado del móvil- y que  suple sus lagunas formativas con la droga de la ideología y la muleta  del eslogan. Hace escasas fechas aseguraba impávido ante uno de los  grandes empresarios de este país que lo de repartir dinero a espuertas no es  ningún problema y no hay que preocuparse por el déficit público, porque “ese  dinero no es de nadie”. El empresario había intentado explicarle con la mayor  claridad posible la acuciante necesidad de reformas de fondo que tiene España  para salir de la crisis, y al final de su perorata todo lo que salió de la boca  de Zapatero fue un “oye, fenomenal, todo eso que me has contado me parece muy  bien, pero yo no voy a quitar derechos a los trabajadores. Eso no lo voy a hacer  nunca. No quiero pasar a la historia como el presidente que acabó con derechos  sociales que ha costado mucho conquistar”. 
De manera que no estamos  hablando de juegos tácticos orientados a garantizar la paz social, sino de  principios, de ideología obrerista ancien  régime. ¿Le parece al presidente un derecho a preservar la sangría  que para las pymes suponen los  salarios de tramitación, en los casos de despido con juez de por medio? ¿Le  parece también un derecho el absentismo consentido y alentado por un sistema de  bajas laborales que se han enquistado en la conciencia de muchos como  “un derecho subjetivo del trabajador, que recurre a ellas como si fueran  vacaciones, por ejemplo cuando juega la selección española”, en palabras del  secretario de Estado de Seguridad Social, Octavio Granado, socialista de pro?  ¿No se podrían arreglar estas situaciones de escándalo, que penalizan a las  pequeñas y medianas empresas, las que de verdad generan empleo? Y así podríamos  seguir hablando de reformas en temas de negociación colectiva, flexibilidad de  horarios, etc., sin necesidad de enzarzarnos en el polémico “despido  libre”.
Todos creen imprescindibles las reformas,  menos el Presidente.
Con un septiembre a la vuelta  de la esquina que se presenta muy negro, la situación es tan delicada que  cualquier Gobierno responsable podría –debería- abordar las reformas  pertinentes, por duras que fuesen, sin que nadie (incluidos los sindicatos, tan  generosamente regados con dinero público) pusiera objeción. Hasta  Corbacho y Salgado manifiestan en privado la necesidad ineludible de esas  reformas, pero el señor Presidente se niega en redondo. Para él se  trata de resistir, metiendo mano a la saca del dinero público y repartiendo  entre aquellos sectores afectados con capacidad de presión en Moncloa. Hasta que  escampe. El último regalo: los mil millones al sector turístico anunciados en  Palma, cuando la temporada ya está casi vencida. Y venga demagogia, y más frases  bonitas en televisión, y más aborto, y más Gürtel… Y la oposición desaparecida  en combate, porque Don Mariano, que desconfía de la CEOE casi tanto como de  Moncloa, se ha sumergido de nuevo en uno de sus habituales eclipses  lunares.
Para CEOE esta ha sido quizá  la decisión más dura adoptada en toda su historia como patronal. ¿Aceptar lo  poco que ofrecía ZP o plantarse –como a la mayoría le pedía el cuerpo- y exigir  un plan de reformas en serio? Tal era la disyuntiva. Con el añadido de que, para  una gran empresa, una rebaja de 2 puntos en las cotizaciones a la SS.SS. supone  mucho dinero, y de ahí la tentación inicial de muchos a aceptar cualquier  gabela. En lontananza, el miedo al aparato de agit-prop de la izquierda: “El Gobierno  nos va a machacar en los medios, poniéndonos como los malos de la película, que  si solo queremos el despido libre, que si irresponsables…” Particularmente  delicada la posición de un Díaz Ferrán entre la espada y la pared de las ayudas  argentinas -¡Ay, aquel peregrinaje a Moncloa pidiendo árnica!- y el miedo a que  una  Junta Directiva muy radicalizada, muy harta, le tumbara cualquier mal  acuerdo que pudiera firmar, en cuyo caso estaría muerto como presidente de  CEOE.
La patronal acaba con el discurso de  Zapatero
La posición final quedó  plasmada en la reunión del Comité Ejecutivo del día 15: No firmar nada que no  sea bueno para la economía en general. Hay una oportunidad histórica de abordar  cambios en profundidad, y no se puede aceptar cualquier cosa simplemente porque  este caballero quiera hacerse la foto. “Si hay líneas rojas [las marcadas por ZP  para la negociación], no habrá brotes verdes”. Hay que decir que los grandes –El  Corte Inglés, Telefónica- han sabido mantener el tipo, al contrario que  el madrileñeo empresarial que medra a  la sombra del Gobierno y sus subvenciones, tipo Del Rivero y demás compañeros  mártires. Se consuma una cierta italianización de la política española:  “los empresarios vamos a empezar a actuar al margen de los políticos, que  claramente no están a la altura de la gravedad de la situación o simplemente  están a lo suyo”.
Grave tropiezo de Zapatero, un  traspié cuya importancia se verá a partir de septiembre. Él quería “un acuerdo  como sea” antes de las vacaciones, pretendía una foto gratis total, y le ha  salido el tiro por la culata. A partir de agosto tendrá que comerse él solito  los 300.000 parados que se esperan para septiembre y octubre, porque ya no podrá  argumentar que ha hecho todo lo posible, con la ayuda de patronal y sindicatos,  para mejorar la situación del empleo. La patronal se ha hecho a un lado y le ha  negado la gran disculpa. Sin reformas en profundidad, hay crisis para 10 años. Y  si el Gobierno no quiere hacerlas, que asuma las consecuencias. “Los empresarios  no podemos ser corresponsables de las locuras chavistas de este caballero”. Sin  reformas, no hay foto. Eso, y solo eso, explica el cabreo fanfarrón, la  petulancia herida que el artista  exhibió en Palma el pasado viernes. Al señor Rodríguez le espera un otoño ciertamente duro.  
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