jueves, 9 de julio de 2009

Ganas de Escribir

VERANO Y SOLEDAD
7, Julio, 2009

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Santiago Delgado

El libro del verano tiene unas páginas de soledad. No son muy espectaculares, pero son. Nos despedimos de los compañeros de trabajo, y de los vecinos. Algo de nuestro entorno cambia, y por ello, nosotros cambiamos también. De pronto, dejamos de ver esos espejos que son los rostros de siempre, y en los que nos miramos sin saber que nos miramos. Y hallamos otros, que no nos dan, en principio, su clave para descifrarnos. El calor es una llave de portalón antiguo, que abrimos poco a poco, con aprensión. Hemos dejado un camino transitado, con gentes que van y vienen, y se cruzan y nos adelantan y que adelantamos… Y llegamos a una venta o castillo, como Don Quijote, donde la sorpresa puede saltar, pero, en principio, nada desconocemos. Y sucede que echamos de menos a la gente del camino, de nuestro camino.

El verano es un remanso del río, un prado verde para la romería, como aquella de Gonzalo de Berceo. Lo esencial del río, del peregrinaje… no es la parada. Es el andar. Y el verano es un detenerse. Y detenerse es la soledad. No tenemos más espejo que nuestra conciencia. Y con ella, a solas, nos sentimos solos. Yo no sé si canto bien a esta soledad que digo. Pero sí sé que es ella la que me escoge a mí para ser cantada en esta prosa quebrada que me lleva por los caminos de la metáfora y el símbolo.

Hay un encontrarse con uno mismo en el verano. Aunque, seguramente, haya quien no lo experimenta. Veo yerro en el buscar aglomeración y multitud en el estío. Compañía, gente nueva con la que compartimos, sí, espacio, momento… pero que no son nuestras gentes, las que nos hacen ser lo que somos. Y no lo que impostamos. En el verano, nos impostamos más que nunca. Huimos de la ontología personal de nuestro yo.

Pero las cosas que pasan suelen ser sabias. Y debe estar bien que así sea. Acaso necesita ese yo raíz del invierno, un descanso, una pausa para fortalecerse, como el ayuno para el asceta. Qué sé yo… Un rigor de alienación, un pulso de extrañeza, una implosión de otredad. Y quizás sea mejor obedecer a este mandato leve de soledad estival, y no indagar, no inquirir en su porqué. Y dejar al remanso que se remanse, y dejar al prado verde que se emprade verdemente.

El verano, sí, es una de las casas de la soledad. Vale.

Santiago Delgado

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