Domingo, 26-07-09
EN ocasiones, cuando le abandona el talante, José Luis Rodríguez Zapatero se muestra jupiterino. Se manifiesta tonante e iracundo y, si nos ceñimos a las apariencias, se ofusca en el menosprecio de quienes le replican y no se someten a sus razones. En los últimos tiempos, el Gobierno ha estado ocioso en lo concerniente al paro y los problemas sociales y económicos que lo acompañan. Hemos llegado a más de un millón de familias en el que todos sus miembros están desempleados sin que suenen las alarmas y sin que los ministerios implicados, empezando por el de Celestino Corbacho, den muestras de actividad efectiva. El «diálogo social», se decía, lo solucionará todo.
El «diálogo social» se ha roto. El acuerdo entre los sindicatos y las patronales, siempre difícil, requiere el arbitraje neutral de un Gobierno que se sienta partícipe de los intereses de todos los ciudadanos y no sólo de una parte de ellos. No fue así. Zapatero y Corbacho formaron pandilla con los sindicalistas, especialmente con la UGT de Cándido Méndez, y el representante de la CEOE, Gerardo Díaz Ferrán, que tampoco es el príncipe de Metternich, no aceptó los planteamientos de sus interlocutores. Así brotó la furia presidencial y, enrabietado, Zapatero le atribuye a la gran patronal la causa de buena parte de los males que afligen a la Nación.
Zapatero pretende siempre sacar de sus escenarios oportunos los problemas que le inquietan. En el Parlamento es más difícil la manipulación sectaria y amenazadora; pero en una cena entre colegas, sin luz ni taquígrafos, a la napolitana -yo te doy una cosa a ti, tu me das una cosa a mí-, todo es menos formal y riguroso, más apto para el apaño y la componenda. Ante una situación tan grave como la que tenemos encima, el pacto debiera intentarse entre los grandes partidos nacionales, representantes de un ochenta por ciento de la población, en el que caben empresarios, trabajadores, parados, infantes, clases pasivas y así hasta completar el censo. Sólo sin radicalismos ideológicos y con las renuncias partidistas que exigen las circunstancias podrían encontrarse paliativos para el drama. Porque es un drama, más que un problema, lo que afecta a uno de cada cinco españoles. Ahora Zapatero ha roto con la CEOE. Y, ¿qué? El pueblo español, incluidos los parados, tiene un cauce representativo de mayor rango que sus «agentes sociales».
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