CARLOTA FOMINAYA | MADRID
Han venido andando desde Barcelona. Y no piensan moverse de la puerta del Palacio de la Moncloa hasta que el presidente del gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, les reciba. Antonio García Liarte y José Manuel Muñoz son dos parados que, agobiados por las deudas contraídas, quieren soluciones. El primero tiene 31 años, es soltero, no tiene hijos, ni tampoco «nada que perder». Por eso ha decidido venir aquí a Madrid desde Piera, su pueblo, a «echar los restos». Como José Manuel que, aunque con más obligaciones familiares, piensa que esta es la única forma de reivindicar un puesto de trabajo.
Para ello recuerdan bajo el sol y el calor de la tarde madrileña que les tiene abrasados aquella intervención del presidente donde prometió que ningún español se iba a quedar desamparado frente al desempleo. «Zapatero dijo que no iba a dejar a nadie en la cuneta, pero lo que habló es mentira. Aquí estamos esperando a que salga alguien, en la mismísima cuneta». Tanto es así que llevan nueve días acampados en la calle a menos de 30 metros del perímetro de seguridad del Palacio de la Moncloa.
Asfixiados por las deudas
Hasta el puente que hay frente a la garita de la puerta de la casa-oficina de Zapatero llegaron después de haber caminado casi 800 kilómetros desde Manresa, parando en las principales ciudades del camino. Antonio perdió en ese trance 8 kilos, y la uña meñique del pie, y muestra sus pies destrozados por las ampollas.
Ambos eran obreros, uno de una empresa distribuidora del sector del automóvil y el otro de la construcción. Se conocieron hace cinco meses en un cursillo de operario de puente-grua. Y cuentan que las deudas de hipoteca, préstamos personales, y pagos de subsistencia en general les tienen asfixiados. «Yo lo he intentado todo. He mandado cientos de curriculums, he ido a los Servicios Sociales, fui a renegociar con los bancos, escribí un mail al Gobierno... sólo me queda robar. Por eso antes de dedicarme a robar, lo intento en la Moncloa», explica Antonio.
La solidaridad que ha mostrado la gente durante estos nueve días es grande. De hecho mientras se hacía el reportaje pasaron numerosos coches que pitaban al ver el tenderete de Antonio y José Manuel y levantaban el pulgar en señal de ánimo. Otros más inconscientes soltaban el volante por segundos para dar unas palmas.
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