martes, 10 de febrero de 2009

Patente de corso, por Arturo Pérez-Reverte

DANIELA EN PICASSENT

Hay un asunto reciente por el que casi todo cristo ha pasado de puntillas: el estriptís, o como se escriba, de Picassent. Me refiero a la pava –Daniela, se llama– que hace unas semanas se marcó un baile porno ante los presos de los módulos 8 y 10 del talego valenciano, animándoles las fiestas. El sindicato de funcionarios de prisiones protestó en un comunicado, el director se disculpó, y las autoridades diversas mostraron su desagrado. Imagino que los boquis de turno, sobre todo, debieron de pasar un mal rato entre doscientos jambos –lo mejor de cada casa– aullando sentimientos e intenciones mientras Daniela, que dicho sea de paso es un poco ordinaria pero goza de anatomía poderosa, se untaba con leche condensada y al final se quitaba el tanga.
Hasta ahí todo normal, a mi juicio. Un error de cálculo. Una metida de pata, acabar el espectáculo de variedades con el número de la cabra. El maco es lo que es. Por eso, precisamente, pidió luego disculpas el director. Lo que pasa es que, como suele ocurrir, al hilo de la marejadilla no han tardado en surgir las voces habituales llevando el asunto algo más lejos. Entre el público había violadores y maltratadores, dicen unos. Violencia ética y moral, afirman otros. Pudo acabar en motín, aventuran los imaginativos. Y no falta quien lleva la cosa al terreno de la dignidad pisoteada de la mujer, mero objeto de deseo y demás parafernalia. Como Izquierda Unida, por ejemplo, uno de cuyos portavoces, original que te rilas, calificó el asunto de «machista y denigrante». Todo eso está bien, supongo. Cada cual tiene sus ideas sobre tetas exhibidas en público: desde la moza que decide ganarse así la vida –a veces es lo único que tiene para ganársela– hasta quien, desde el otro lado de la barrera y el status, cree que esas cosas rebajan a las señoras, y también a las que no lo son. Eso, sin contar las ideas particulares de los presos de Picassent, a quienes sin duda, enchiquerados entre añoranzas y acercanzas, el recuerdo del espectáculo danielesco puede llegar a serles eficazmente útil, supongo, en sus largas veladas invernales.
Es una pena, sin embargo, que el habitual coro de valores éticos y morales pisoteados no las piase con la misma justa e insobornable cólera cuando unos días antes, en atención al público femenino del mismo talego, un fulano llamado Rafa –gemelo de un tal Dinio, famoso por haberle currado la bisectriz a Marujita Díaz, Sara Montiel o alguna de esas damas–, hizo exactamente lo mismo, o casi: despelotarse con música. Lo que pasa es que ese Rafa es pavo, y no pava. Y cuando, al final de un espectáculo similar, se quitó la camiseta y las presas se pusieron calientes –porque también las señoras se calientan, como todo el mundo– y lo manosearon un buen rato, ni al sindicato de boquis talegueros, ni a la Federación de Mujeres Progresistas, ni a la Federación de Hombres Progresistos, se les ocurrió decir que el espectáculo, feminista y denigrante, maculaba la dignidad del varón Dandy convirtiéndolo en torpe objeto de deseo. Con lo cual, doscientas presas aullando calientes como perras –valga el tropo– componen un paisaje digno, tolerable, comprensible y divertido, mientras que doscientos presos aullando calientes como perros –aquí nadie me discutirá el tropo– es sucio, envilecedor, machista y, como casi todo, fascista. No te fastidia. leer completo>>>>

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